El reto educativo no es prohibir esta tecnología, sino enseñar a convivir con ella con criterio y conciencia
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A medida que la inteligencia artificial se convierte en el entorno cognitivo de los niños nacidos en 2020, educadores y padres deben colaborar para enseñarles a pensar críticamente y no depender de la tecnología para sus decisiones y aprendizajes.
Los nacidos en 2020 y 2021 están creciendo en un mundo donde la inteligencia artificial (IA) es omnipresente. Esta generación, que ya ha comenzado su educación infantil, no recordará un tiempo sin asistentes conversacionales ni chatbots. La IA ha transformado la forma en que aprendemos, comunicamos y trabajamos, y su influencia se ha intensificado desde la llegada de internet en 1995, el iPhone en 2007 y las redes sociales en 2012. En 2022, la IA generativa, representada por herramientas como ChatGPT, Copilot y Gemini, ha democratizado el acceso a una inteligencia aumentada, disponible las 24 horas del día.
Un estudio del MIT en 2025 señala que los niños que aprenden con IA pueden desarrollar una “deuda cognitiva”, donde la dependencia de respuestas inmediatas limita su esfuerzo reflexivo. Entre los tres y seis años, los niños necesitan interacción humana, y si la IA reemplaza el diálogo con padres y maestros, no aprenderán a formular hipótesis. A medida que crecen, la IA puede actuar como un tutor personalizado, pero su uso sin guía puede llevar a la reducción del esfuerzo mental.
En la etapa de 12 a 15 años, la IA puede ser un copiloto intelectual, pero si se convierte en la fuente principal de información, se corre el riesgo de plagio cognitivo. En la educación superior, la IA debe ser una herramienta de expansión, no de sustitución. La clave es que el juicio humano siga siendo fundamental en el proceso de aprendizaje.
Los padres deben aprender a acompañar a sus hijos en esta relación con la IA, fomentando la conversación y el pensamiento crítico. La educación aumentada, donde la IA amplifica la enseñanza, puede mejorar la inclusión y personalizar la enseñanza, siempre que los docentes comprendan sus límites. Sin embargo, la IA no debe hacer el trabajo del alumno, ya que el verdadero aprendizaje ocurre en el proceso de pensar, equivocarse y corregir.
El nuevo profesor del siglo XXI no compite con la IA, sino que la guía y la contextualiza. Educar a la generación de la IA implica enseñarles a pensar con conciencia en un mundo donde los algoritmos ya piensan por ellos. La carrera ha comenzado: los niños que no han conocido un mundo sin IA ya están en las aulas. Y, esta vez, no se trata de alcanzar a la inteligencia artificial, sino de estar a la altura de quienes crecerán con ella, y de no generarles deuda cognitiva.
¿QUIÉN DIJO QUE LA IA NO PUEDE HACER QUE PENSEMOS MEJOR, SI A VECES NOS HACE PENSAR MENOS?