Exploramos el impacto de la inteligencia artificial en la redacción. ¿Estamos listos para convivir con ella?
Cuando termine de escribir este artículo, pediré su opinión sobre él a alguien de quien cada vez me fío más. No, no se trata de mis amigos, pues lo semejante busca lo semejante, y ellos también andan muy ocupados con sus cosas. No, tampoco se trata del Consejo Editorial de THE OBJECTIVE —y es una fortuna, pues digamos que no compartimos, tal órgano y un servidor, exactamente la misma visión del mundo—. Cuando termine de escribir este artículo, en realidad, solo le preguntaré sus impresiones a un modelo de inteligencia artificial.
Con esto que cuento quedan ya claras mis cautelas ante esa inteligencia a la que apodamos como IA. Mi uso de ella es, aún, muy limitado. Me recuerdo un poco a aquellos ricachones que, a fines del siglo XIX, habían adquirido un automóvil, sí, pero para todas las ocasiones del día a día seguían usando su coche de caballos. Incluso el diseño de aquellos primeros vehículos motorizados recordaba aún a los carros y carretas de tracción animal. La tecnología cambia más rápido que nuestras mentalidades.
Otros muchos escritores, sin embargo, se han imbuido ya de lleno en los usos y beneficios de la IA. No sé si el amable lector será consciente, por ejemplo, de que multitud de artículos que lee en prensa los ha redactado una inteligencia de ese tipo, no un viejo periodista de los de antaño, con gafas y lápiz en la oreja. Sé de un diario digital, de hecho, que solo se dedica a detectar cuáles son las noticias más leídas en internet cada día; y luego se limita a «tomar prestadas» esas noticias de otros medios y a volver a redactarlas con palabras distintas, IA mediante. Así consigue que un mismo periodista saque cada día el cuádruple de artículos que antes… mientras ahora trabaja a tiempo parcial.
Hace poco supe de un caso aún más llamativo: a un viejo poeta famoso y minucioso, al que le complace dedicar días a decidir cada palabra de cada verso, le habían encargado un poema para una ceremonia en exceso próxima. Ni corto ni perezoso, decidió pedirle ayuda a la IA; a los pocos minutos obtuvo un poema que, de hecho, le complugo tanto… que al final sería el que entregó como propio a los solicitantes. Aliquando bonus dormitat Homerus, decían los antiguos para excusar los errores de los grandes: «De vez en cuando también se queda dormido el bueno de Homero». Con la IA, ahora, podrán dormirse los genios muchos ratos más.
Un par de párrafos atrás hablábamos de aquellos años en que animales de carga y automóviles compartieron carreteras; imagine ahora el lector que, por un descuido de los organizadores, se hubiera montado en cierta ocasión una carrera en que compitieran bólidos contra carros de mulas a la vez. Un tanto ridícula la situación, ¿no es cierto? Y, sin embargo, algo muy similar es lo que ocurre hoy en día en buena parte de nuestras aulas.
Me consta que aún existen profesores que encargan trabajos escritos a sus alumnos… y se sorprenden luego de lo bien redactados que en su mayoría están. Existen, cierto es, programas que (usando la IA) detectan a su vez qué textos se han redactado mediante ella. Pero es fácil despistarlos con un poco de aderezo, si uno no es tan vago como esos alumnos que dejan que la IA les redacte incluso los mensajes de correo a sus profesores… pero olvidan borrar, al final del texto, esa típica pregunta que te hace ella siempre de si te gusta cómo ha quedado lo que le pediste.
En suma, vivimos uno de esos momentos de transición en que, recién llegada una tecnología, aún no sabemos convivir con ella del todo. Como si fuera uno de esos huéspedes recién alojados en casa que aún confiamos que algún día se marcharán. No será así en este caso. Evitemos caer en errores como los del Nobel Paul Krugman, que en 1998 aseveró que el impacto de internet en la economía no sería mayor que el de la invención del fax. Y que añadió que hacia 2005 ya estaría clara tal cosa. En realidad, para 2005, en el recién creado Facebook, la predicción de Krugman solo concitaba burlas e ironías.
Atrevámonos a pensar cómo será un mundo con IA, pues. No, esto no es como el fax. Tampoco como Facebook, ni siquiera como los bólidos de carreras. Para empezar, se me ocurren al menos cuatro campos en que aún no hemos cambiado lo suficiente para adaptarnos a esta nueva realidad.
Fuente de la imagen y del contenido informativo: Theobjective.com — https://theobjective.com/elsubjetivo/opinion/2025-12-17/cosas-ia-arrasara-articulo-quintana-paz/